La baquelita logró introducirse en todos los ámbitos imaginables, convirtiéndose en el componente singular de exprimidores, ceniceros, juguetes, cocteleras, peinetas, calendarios… objetos que hoy, con celo desmesurado, conservan los coleccionistas.
La baquelita fue un material revolucionario en tiempos del Art Decó y de la Bauhaus. Surgió en 1907, cuando apenas había algún material sintético. La baquelita toma su nombre de su creador; el químico belga Leo Hendrik Baekeland (1863-1944), quien se empeñó en buscar un material económico y aislante destinado a la industria eléctrica para reemplazar a los materiales de origen natural como la goma laca que se habían utilizado hasta entonces.
La baquelita fue la primera sustancia plástica sintética. Anteriormente, el alemán Adolf von Baeyer experimentó con este material, en 1872, pero no completó su desarrollo. En 1907 Baekeland obtuvo la patente y los primeros productos inundaron el mercado poco después, en 1920.
Te puede interesar: Kisuma se presentó con grandes innovaciones sostenibles en la K 2022
Desde entonces la baquelita se convirtió en un material imprescindible en la industria técnica y eléctrica por su gran dureza y resistencia al calor, además de a los ácidos. Se prometió como un material que permitía infinidad de aplicaciones. La baquelita fue también uno de los primeros polímeros sintéticos termoestables conocidos y se la conoció como “el material de los mil usos”.
Se trata de un fenoplástico que hoy en día aún tiene aplicaciones potenciales. Este producto puede moldearse a medida que endurece al solidificarse. No conduce la electricidad, es resistente al agua y los solventes, pero es fácilmente mecanizable. El alto grado de entrecruzamiento de la estructura molecular de la baquelita le confiere la propiedad de ser un plástico termoestable.
Esto lo diferencia de los polímeros termoplásticos, “que pueden fundirse y moldearse varias veces, debido a que las cadenas pueden ser lineales o ramificadas, pero no presentan entrecruzamiento, y por ello se clasifica como termofijo”. En resumen, un material duro, pero fácilmente moldeable, que podía utilizarse en los procesos de fabricación en serie.
Las primeras piezas eran de colores muy serios (negros, marrones, rojos oscuros…), ya que se tardó un tiempo en dar con la fórmula necesaria para fabricar objetos de baquelita con más colorido. Los teléfonos de baquelita son de hecho recordados por su color negro.
En esos años, por consideración a los elefantes (que se estaban extinguiendo) pocos jugaban al billar con bolas de marfil. Ante ello, muchos químicos buscaron una alternativa… y en eso la baquelita se ofreció como opción y se pudo producir en masa.
El atractivo estilo retro de los viejos productos de baquelita y la producción masiva han hecho que, en los últimos años, los objetos de este material se lleguen a considerar de colección. Los galeristas, los dueños de museos de artes aplicadas particulares y los representantes de museos estatales se disputan las piezas de baquelita que se ofrecen en la actualidad.
Su amplio espectro de uso la hizo aplicable en las nuevas tecnologías: desde partes accesibles de los mecanismos eléctricos domésticos (interruptores, bases de enchufe) hasta estructuras de carburadores. De hecho, la baquelita facilitó la creación de formas “aerodinámicas”, características del movimiento Art Deco.
En su momento, la radio fue un gran invento que provocó la evolución de las comunicaciones, los medios de difusión e incluso el comercio. Este innovador aparato se convirtió en un fenómeno social que reunía a la gente en el núcleo del hogar para conocer las novedades.
Lo mismo puede decirse del teléfono, que evolucionó de prisa con formas diversas hasta convertirse en el celular, objeto indispensable de nuestra era. Los primeros capítulos de la historia de la telefonía están plagados de teléfonos fascinantes, hechos con los diseños más sofisticados.
Sin embargo, se emplean en una época (del siglo XIX a los años 40 del XX) en la que el acceso a la telefonía era un privilegio del que muy pocos disfrutaban. Como cualquier innovación tecnológica, el teléfono tuvo en sus orígenes un carácter oficial y lujoso, reflejado en su diseño. Pero poco después se industrializó y su tiempo de fabricación se redujo a cosa de minutos; su precio bajó y la demanda aumentó.
Últimamente la baquelita se ha convertido en un material icónico, muy apreciado por los amantes de lo retro. “Baquelitas y otros plásticos”, la Colección de Rafael Ortiz, iniciada hace casi 20 años, es un buen ejemplo de este amor por los objetos que los rescata del espectro de los desechos.
“Baquelitas y otros plásticos”
La Colección de Rafael Ortiz ha ido avanzando a medida que su conocimiento mejora, porque para Ortiz coleccionar es una forma más de aprender. “El tiempo y el aprendizaje sobre materiales, objetos y diseñadores le han afinado el ojo” -dice una reseña de su exposición-. Lo que comenzó como un pasatiempo se ha tornado en “una de las colecciones españolas más importantes de objetos de plástico”, al menos es lo que cree Ortiz, un galerista sevillano que cobró fama con la muestra «Baquelita Paradise.
El material que nos hizo modernos». Él confiesa que “el coleccionismo es como una «enfermedad»”. Su exposición la llevó a Madrid y al Museo de Artes Decorativas, y luego, en 2019, al Museo Adam de Bélgica.