Tras casi dos años sin reunirse, los jefes de Estado y gobierno de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido volvieron a darse la cara en una mesa redonda durante el G7, aunque con cubrebocas, para hacer diagnósticos y pronósticos sobre la suerte de este mundo.
No sólo participaron las siete economías más grandes del planeta en la cumbre de Cornualles, sino que invitaron como testigos a cuatro países emergentes: India, Corea del Sur, Australia y Sudáfrica.
Como si hubieran destrabado el botón de pause, revivieron los pendientes, aunque la lucha contra el cambio climático fue la otra prioridad de la cumbre. La primera fue impulsar la recuperación mundial tras el coronavirus, pero ya no es posible desatender los síntomas que ya muestra la naturaleza (incendios, inundaciones, refugiados, desastres por doquier).
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Más allá de las discrepancias, como los desafíos que plantean China (presión contra Taiwán, la prácticas “anticompetitivas” de Pekín y las violaciones de los derechos humanos en la región de Xinjiang) o Rusia (contra quien Estados Unidos mantiene una relación tensa), países que no quieren ceder un ápice sus respectivas y crecientes influencias, y amén de las tensiones que persisten sobre Irlanda del Norte -una disputa post Brexit– entre el Reino Unido y la Unión Europea, no es posible posponer más el tema del cambio climático.
Al inaugurar la cita del encuentro, Boris Johnson planteó a los países más encumbrados de la tierra (de ahí la Cumbre de los G7) que este encuentro ofrece una «enorme oportunidad» para ayudar a poner de pie todo lo que está de cabeza.
Por su parte, la presencia y participación de Joe Biden, significó el «regreso» de Estados Unidos al multilateralismo, tras los años aislacionistas e incómodos de Donald Trump. La llegada de Biden a la Casa Blanca se tradujo en «un nuevo impulso» a las discusiones en el marco del G7, ya que el líder estadounidense llegó con la determinación de “abordar los mayores desafíos del mundo».
Infecciones en el Reino Unido
Sin embargo, el momento del encuentro en el Reino Unido no fue el más oportuno, con casi 128 mil muertes por coronavirus, ese país enfrentaba entonces un aumento de contagios debido a la variante Delta, lo que obligó el uso de cubrebocas y test regulares.
Antes de tomar al toro del cambio climático por los cuernos, y ante los reproches y crecientes reclamos a la solidaridad, se habló de un reparto más equitativo de las vacunas contra el COVID-19. Los líderes acordaron proporcionar «al menos mil millones de dosis» compartiéndolas o financiándolas y aumentar la capacidad de producción, con el objetivo de «acabar con la pandemia en 2022».
Estados Unidos se había comprometido a donar 500 millones de dosis de Pfizer/BioNTech y el Reino Unido 100 millones de vacunas excedentes, principalmente mediante el programa Covax. Pero para algunas ONGs, como Oxfam, eso no es suficiente. Hacen falta al menos 11,000 millones de dosis para erradicar una pandemia que ya ha matado a 3.7 millones de personas. Los protestantes, que no faltan en esos encuentros, pidieron que el G7 apruebe la suspensión de las patentes para permitir la producción masiva, propuesta que fue apoyada por Francia y Estados Unidos, aunque Alemania se opuso.
Una cuarta parte de los 2,300 millones de dosis administradas en todo el mundo hasta la fecha lo fueron en los países del G7, que sólo albergan al 10% de la población mundial. Los países más pobres cuentan apenas con el 0.3% de las dosis aplicadas.
Urgen las energías limpias
La lucha contra el cambio climático fue el otro pendiente de la cumbre. En la clausura, los jefes de Estado respaldaron nuevos objetivos medioambientales. Ya en mayo pasado, los ministros de Medio Ambiente del G7 se habían comprometido a poner fin este año a las ayudas públicas a las centrales eléctricas de carbón. Propusieron hacer «esfuerzos ambiciosos y acelerados» para reducir sus emisiones de CO2.
Inclusive, en la víspera de la cita, Johnson y Biden mostraron un frente común sobre la emergencia climática, y firmaron una nueva «Carta Atlántica» que (aparte) hace hincapié en la necesidad de hacer frente a los ciberataques.
Johnson describió la relación entre Londres y Washington como «indestructible». En ese sentido, se partió de la premisa de que para estimular y descarbonizar sus economías el G7 debe promover la inversión en infraestructuras limpias en los países en desarrollo.
Para preservar la biodiversidad, el G7 debe comprometerse -para 2030- a proteger «al menos el 30%» de la tierra y los océanos. Por su parte, Johnson apuesta por una «revolución industrial verde» para reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero para ese mismo año.
Asimismo, el G7 acordó aumentar sus contribuciones financieras y cumplir con una promesa de gasto de 100,000 millones de dólares al año para ayudar a los países más pobres, haciendo un llamado a los países desarrollados para que se unan al esfuerzo: «Reafirmamos el objetivo colectivo de los países desarrollados de movilizar conjuntamente 100,000 millones de dólares al año de fuentes públicas y privadas hasta 2025, en el contexto de acciones de mitigación significativas y la transparencia en su aplicación».
Por Mauro Barona.