Hasta hace un par de años México fue el quinto proveedor mundial de jeringas y el principal productor en América Latina. Fueron años en donde la demanda se triplicó por la pandemia y la OMS temía que no alcanzaran para atender la campaña de vacunación global contra el covid.
La capacidad de producción anual mundial de jeringas era en ese entonces de 6,000 millones de unidades, lo que hizo estimar a la OMS que el déficit hubiera sido de 1,000 a 2,000 millones de jeringas.
Otro aspecto que se vivió durante la pandemia fue el manejo de los residuos, y más que en muchos casos los que se tuvieron que hacer desde casa: ¿cómo deben desecharse o reciclarse las agujas y otros fármacos inyectables?
Los materiales que componen una jeringa (plástico, metal) son técnicamente reciclables. Pero los usos de las jeringas ya sea para extracción de sangre o para la aplicación de medicamentos hacen que este residuo no pueda ser recuperado y reciclado ampliamente.
Las jeringas pertenecen al grupo de residuos patogénicos o infecciosos cuando son utilizadas para la extracción de sangre. Pueden estar contaminados biológicamente (con bacterias, virus, hongos, parásitos) y entonces presentar un riesgo para la salud y/o un daño al ambiente.
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De hecho, si fueron utilizadas para suministrar medicaciones, son consideradas residuos peligrosos.
La historia de las jeringa
En realidad, la jeringa consiste en un émbolo insertado en un tubo que tiene una pequeña apertura en uno de sus extremos por donde se expulsa el contenido. Se trata de un instrumento compuesto de un tubo con un émbolo para inyectar líquidos en el interior del cuerpo humano.
Su nombre proviene del latín “siringa” y del griego “syrinx” que significa caña o tubo. ¿Pero cómo se hacían antes de su invención las transfusiones de sangre o cómo se «inyectaban» medicamentos?
La aguja como la conocemos hoy no nace hasta finales del siglo XIX, hasta ese momento para introducir un medicamento bajo la piel se utilizaba un cataplasma o líquido o bien se extraía o se depositaban líquidos por el recto o la vagina.
Existen dos antecedentes de la actual jeringa, una de ellas se menciona en un tratado del médico romano Celsus, en el siglo I d.C. En el siglo IX un médico árabe llamado Ali al-Mawsili inventó una jeringa para eliminar las cataratas.
En la década de 1650, el matemático francés Blaise Pascal inventó la primera jeringuilla moderna. Seis años después, el arquitecto inglés Christopher Wren, quien erigió la portentosa Catedral San Pablo de Londres, se inspiró en la idea de Pascal para hacer el primer experimento intravenoso.
Poco después, dos médicos alemanes, Johann Daniel Major y Johann Sigismund Elsholtz, trataron de inyectar varias sustancias a personas, pero les causaron la muerte.
El francés Dominique Anel en 1700 utilizaba un objeto, muy parecido a las actuales jeringas, que succionaba líquidos de las heridas y las fístulas.
El médico irlandés Francis Rynd consiguió hacer las primeras inyecciones bajo la piel para tratar la neuralgia en 1844 con una jeringa inventada por él con la primera aguja hipodérmica para inyectar líquido a sus pacientes.
Diez años más tarde, al escocés Alexander Wood se le ocurrió administrar heroína en el nervio para aliviar a su esposa de los dolores del cáncer, que no sólo se los quitó, sino que la llevó a la adicción.
Por otro lado, en 1853, el físico francés Charles Gabriel Pravaz usó el sistema para frenar el sangrado en una oveja administrándole un coagulante con la que sería la primera aguja hipodérmica.
En 1899, la enfermera estadounidense Letitia Mumford Geer inventó una jeringa que se podía manejar con una sola mano y que es el sistema usado desde entonces.
Estas primeras jeringas estaban hechas de metal, luego pasaron a ser de cristal. Pero a pesar de los avances, seguían ocasionado numerosos contagios e infecciones.
Hacia 1946, la cristalería Chance Brothers and Company, en Birmingham, Reino Unido, comenzó a producir en masa la primera jeringa de vidrio con piezas intercambiables.
Hoy en día, al donar sangre vemos todo el instrumental lleno de insumos de plástico: bolsas, sondas y obviamente jeringas.
Pero no fue sino hasta 1950 que se patentaría la aguja hipodérmica, teniendo así apenas 70 y pico de años en el mercado.
Sin embargo, siguió habiendo problemas de contagios, pese a que se esterilizaban tras cada uso, hasta que, en 1956, de la mano del veterinario o farmacéutico neozelandés Colin Murdoch, apareció la primera jeringa desechable: su diseño era de un solo uso e iba cargada con una vacuna para suministrar a los animales.
Murdoch pidió una patente para crear una jeringa de plástico desechable. El invento no tuvo mayor trascendencia, sin embargo, sólo una década después una empresa estadounidense consiguió un éxito arrollador al lanzar la aguja desechable vacía.
Las jeringas desechables llegaron en 1973 a través del ingeniero español Manuel Jalón Corominas. El nuevo modelo era de plástico, tenía las paredes más finas y no se atascaba.
A diferencia de la jeringa descartable, la aguja de la autodesechable se encuentra adosada a la jeringa. Fue inventada por el argentino Carlos Arcusin en 1989, cuando notó que en un hospital público las jeringas descartables eran reutilizadas.
Las jeringas de plástico de uso general están hechas de Polipropileno (PP) o Polietileno (PE) y suelen ser de un único uso y desechables. Su estructura consiste en:
- Cilindro: Fabricado con Polipropileno 100% virgen. Cuenta con ceja o reborde que sirve para apoyar los dedos en forma cómoda y segura, evitando que estos se resbalen durante su uso. Alta claridad, lo que permite ver la dosificación sin dificultad, así como identificar burbujas ocluidas. Cuenta con escala en mililitros, que permite identificar de manera precisa la dosis a administrar, así como un anillo de retención que evita que el émbolo se separe accidentalmente del cilindro.
- Émbolo: En la parte distal, cuenta con una saliente con acabado que permite que el dedo pulgar descanse y se ejerza presión sin que se resbale el mismo, otorgando mayor seguridad al momento de inyectar.
- Pistón: Fabricado con hule sintético, es decir libre de látex, que tiene como ventaja que no genera reacciones alérgicas.
- Agujas: Fabricadas en acero inoxidable equivalente a los tipos AISI 304 y 316. Con pabellón con código de colores que identifica fácilmente el calibre de la aguja.
La jeringa desechable es de un solo uso, constituido por un cilindro tubular, por el interior del cual se desplaza un émbolo extremo de un vástago que remata por su extremo respectivo en un mando de actuación.
El cilindro tubular, el vástago y el émbolo van conformados de manera que se produzcan acoplamientos que permitan una vez utilizada la jeringuilla hacerla desechable ya que no se puede reutilizar al quedar bloqueados los dos cuerpos de la jeringuilla.
Más recientemente llegó el parche, ideado por un innovador en biotecnología. El parche transdérmico es un medio que da menos miedo que la jeringa y que tiene un par de centímetros de diámetro y en el centro un centenar de microagujas, de un grosor similar al de un cabello.
Un equipo científico probó con éxito una vacuna contra la gripe que se aplica en un parche o curita que ni pincha ni duele.
Esta tecnología acaba de pasar varias importantes pruebas de seguridad en los primeros ensayos clínicos con humanos.
Los investigadores que lo desarrollaron creen que esta tecnología podría ayudar a aumentar la inmunización de la población, incluso la de los pacientes que temen las agujas.
Este avance muestra cómo los plásticos siguen siendo indispensables en el campo de la salud.
Las vacunas contra la gripe regulares se inyectan con agujas que avanzan hasta el músculo.
Además, estas vacunas en parche son lo suficientemente simples como para que cualquier persona se lo pueda aplicar a sí mismo.
El siguiente paso es la inyección con microaguja, y en Australia unos investigadores desarrollaron un nanoparche con agujas aún más pequeñas que las de la vacuna para la gripe. El plástico está en todos estos administradores de medicamentos.
Miedo a la punta
Las puntas de las agujas hipodérmicas despiertan temor y ataques de pánico desde que se inventaron en el siglo XIX.
A pesar de ser muy útiles —ya sea con la extracción de líquidos o para inyectar sustancias en nuestro organismo— su apariencia resulta amenazante.
La tripanofobia (la fobia a las inyecciones) hace que muchas personas la pasen realmente mal a la hora de hacerse un análisis de sangre o de ponerse una vacuna.
Sin embargo, las jeringas no nacieron como un instrumento de tortura… sino todo lo contrario, son el piquetito que anuncia la salud.