Hay que reconocer que el asistente a una feria de un par de días o más acude no sólo para presenciar una conferencia, atiborrarse de contenido y acumular un montón de tarjetas de presentación. Buscan algo más gratificante y una experiencia que les aporte valor. Este es un texto que ve el presente, el pasado y el futuro de las ferias.
Acaba de celebrarse Expo Plásticos en Guadalajara, Jalisco, que ya se posiciona como una exposición internacional y el foro de negocios de maquinaria, tecnología, materias primas y soluciones en plástico para todo tipo de industria.
En cosa de un lustro, aumentó de talla en más de 30%, consolidándose como el escenario de exhibición y negocios con mayor crecimiento sostenido; uno que atrae a nuevos mercados y brinda, además de sorpresas, un largo desfile de oportunidades de negocio.
La Industria del Plástico en Jalisco creció de manera sostenida y únicamente en los primeros siete meses de 2018, ya exportó 455 millones de dólares, y representa el 7% del valor del sector a nivel nacional.
Rigoberto Chávez, vice-coordinador del Consejo de Cámaras Industriales de Jalisco (CCIJ), señaló en la presentación de la Expo Plásticos 2018, que el sector, que registra 759 unidades económicas en el estado, se encuentra en las cadenas productivas de todas las industrias.
Por otra parte, Juan Alberto Porras Brambila, presidente de la Cámara de la Industria de Transformación en Jalisco, indicó que cunde en la entidad una mala publicidad que sataniza a los productos plásticos, sobre todo los de un solo uso, que no toma en cuenta que su consistencia es reusable y reciclable.
El evento, que vincula a las empresas proveedoras con las transformadoras, como la aeroespacial, médica, eléctrica y electrónica, entre otras, ofreció todo lo indispensable para la transformación del plástico y contó con la participación de más de 250 empresas expositoras de las cuales 75% son de 15 países.
Pero, ¿cómo empezó este entusiasmo por las ferias? Detrás de cada una se encuentran historias ricas de anécdotas. Por si se lo preguntaba, comenzaron sin mucho alboroto en tiempos del Imperio Romano, bajo el pretexto de celebrar a los dioses. Esos días eran de guardar y no se trabajaba.
Con regularidad, y para promover la Pax Romana y el comercio en aquellas distintas provincias, las ferias se celebraban en el Norte de Europa, en las fronteras del Imperio. Cuando Roma empezó a marchitarse a finales del siglo V se apagó la luz de la civilización y toda la actividad comercial se borró del mapa.
Luego vino la Edad Media y con ella el fervor por la religión, con su montón de fiestas, santos y días de guardar, renacieron por doquier los días feriados o días de ventas. Los mercaderes acomodaban sus cosas al lado de iglesias, conventos y monasterios para aprovechar a la concurrencia que acudía a las celebraciones.
Dada la inseguridad de los caminos, los comerciantes almacenaban sus productos para ir a vender de lugar en lugar y atizar el entusiasmo de vendedores y compradores, mismos que, a partir del siglo XII, fueron llegando de regiones cada vez más remotas.
La economía rural fue el motor del desarrollo. En tiempos del emperador Carlomagno, se dio un lapso de progreso y las ferias resurgieron en aquellas poblaciones en las que se cruzaban las principales rutas comerciales de caravanas o en las que se reunían numerosos feligreses para las conmemoraciones religiosas.
Gracias a esas ferias, las prácticas y los usos comerciales se extendieron por doquier y llegaron a convertirse en una moda para los negocios. Aunque estaban vinculadas a un hecho religioso o social, proveían de lugar y tiempo de encuentro para efectuar acuerdos de toda índole, desde bodas hasta la creación de catedrales.
En las urbes con situación geográfica privilegiada, confluían mercaderes, maestros de oficio, como: herreros, curtidores, panaderos, esquiladores…, para efectuar sus negocios. Con una periodicidad anual, se reunían durante varios días aprovechando la festividad del santo patrón. Entre los siglos XIII y XIV fueron muy visitadas las de Ginebra, en Suiza; Milán y Pavía, Italia; Frankfurt y Leipzing, Alemania; Londres, Inglaterra.
Se realizaban en las afueras o cerca de las murallas, y en grandes explanadas o plazas abiertas, donde luego cubrieron (y cubren aún) una función comercial permanente. Los respectivos gremios o guildas promovieron la seguridad de los puertos del mar del Norte para defender el comercio, la regulación de precios y los monopolios.
El auge comercial motivó a las autoridades locales, e incluso al propio Rey a conceder a los mercaderes protección, garantías económicas y rebajas de impuestos. En el Renacimiento, la banca, las prácticas comerciales y financieras para el establecimiento de precios, tipos de crédito, cambio de moneda y hasta las marcas de empresas, dieron lugar al capitalismo.
En ese entonces se levantaron inmensas catedrales, financiadas no sólo por la Iglesia, sino por las cofradías (gremios y guildas) que, con ese atractivo adicional, organizaban ferias para mostrar con orgullo la pericia de sus constructores.
A partir del siglo XVI se extiende por la América hispana (y luego en el siglo XVII por Norteamérica) el beneficio de las ferias, aunque los de casa ya las celebraban (bajo otras condiciones), como en otras regiones precolombinas. Posteriormente, perdieron intensidad, a medida que se reguló el comercio y el transporte. Más tarde proliferaron los mercados diarios.
Durante la Revolución Industrial la viabilidad de las grandes ferias tradicionales estaba ya agotada; muchas desaparecieron y otras tuvieron que cambiar. En algunas ocasiones evolucionaron hacia festivales religiosos o se transformaron en lugares de entretenimiento y diversión.
La primera feria de carácter internacional se celebró en Londres, en 1851. Fue la Gran Exposición en el Crystal Palace, visitada por seis millones de personas de todo el mundo durante sus cinco meses de duración.
Los expositores fueron agrupados por país de origen y, dentro de cada uno, reagrupados por sector industrial (bellas artes, materias primas, textiles, maquinaria, metales, cerámica, etc.).
En la actualidad, la celebración de ferias nacionales e internacionales es un recurso común y muy extendido. Todas ellas guardan un poco el sabor y la sustancia de esta larguísima tradición.
Siempre han sido un acontecimiento social, económico y cultural que se celebra en un lugar establecido con un contenido común y para un determinado sector. Las marcas pretenden mostrarse a sus posibles clientes, venderse y hacer branding.
Su objetivo primordial es, y será per sécula seculorum, el estímulo comercial y la divulgación de las cualidades de los productos que se exponen en espacios que se presentan de forma más vanguardista y divertida, con foros, y lanzamientos de productos que los interesados pueden ver en acción.